martes, 16 de enero de 2007

Oda al General Amarillo y a otros guerreros de la vida

Pertrechado con tu uniforme y tras el estandarte glorioso de tu ejército marchaste con valentía y tu estrategia estudiada al campo de batalla. Pronto viste al enemigo y tus fuerzas flaquearon, titubearon tus tropas antes de enfrentarse a lo desconocido. Pero tú te mantuviste fuerte, sereno, con tu aire de hombre frío y diestro, pero tu corazón temblaba como el de un niño.

La lucha comenzó desigual y tus hombres fueron mermados rápidamente pero tú te mantuviste firme, altivo, al frente de tus tropas sobre un promontorio del terreno. Hacia ti subía una brisa impasible, helada con sabor a muerte y olor a derrota que te caló los huesos. Ante tus ojos viste como tus generales no fueron capaces de someter al enemigo y en medio de aquella terrible derrota te sentiste solo y vacío. Nadie pudo calmar tu dolor porque nadie vio lo que había sucedido.

Entre los cuerpos de tus soldados caídos caminaste con el rostro hundido en la infamia cometida y de tus ojos brotaban lágrimas teñidas de rabia. Como un fantasma vagaste por aquel lugar hasta que tu cuerpo, consumido por la desolación, se hundió en el suelo.

Perdiste la batalla, ganaron la guerra otros pero tu estandarte raído volverá a desafiar al viento cuando tengas otro ejército para enfrentarte a un nuevo enemigo. Laméntate por aquello que has perdido y une tu voz al coro de soldados caídos que buscan nuevas batallas en un mundo herido.

1 comentario:

angel dijo...

Caminaste por senderos desconocidos, que nadie salvo tú, había pisado con ese aire firme y seguro que transmitías a tus soldados. Viste soldados tuyos caer, retorcerse de dolor en el suelo, lamentarse de haber ido allí; y parecías impasible. Tomaste cientos de decisiones, muchas veces duras, de vida y muerte, de ti dependían decenas de hombres; pero parecía que no podías estar más decidido. Trataste de que no se enteraran de que todas las noches, antes de irte a dormir en el campamento que fuera, tus ojos se empapaban de lágrimas por cada uno de tus soldados y tus oraciones se dirigían hacia el Todopoderoso para que les protegiera.