jueves, 18 de enero de 2007

En mitad de la noche

En mitad de la noche, asaltado por una pesadilla me desperté con el corazón sobresaltado y el pulso acelerado. Entonces fue cuando la volví a ver, caminó hasta mi cama y se sentó en un borde. Me incorporé y antes de que pudiese decir nada, confuso, ella me tomó las manos rodeándolas con las suyas. Su tacto era suave y delicado y me apretaba tan suavemente que me sentí más tranquilo. Me dijo: no tengas miedo, confía en mí- y me besó en la frente como toda buena madre haría con un hijo al que debe consolar. Pero ese beso que al principio noté tibio fu enfriándose en mi frente hasta que se volvió de hielo y se me clavó como si fuese de cristal afilado.

Poco a poco fui olvidando todos mis miedos, mi pulsó se calmó y desaparecieron de mi mente los temores. Reconfortado le pedí que me revelase su nombre y tras un breve y cálido silencio me dijo: Resignación. Sentí un escalofrío que recorrió mis pensamientos y ella sonrió con una expresión dulce en su rostro pero a mi me pareció grotesca. Yo sólo quería que se marchase, sabía que con ella allí perdería toda esperanza, así que me eché en mi cama soltando bruscamente mis manos de las suyas e intenté olvidarla.

Cerré los ojos y con mucho esfuerzo logré recordar por que había llegado a aquella situación y por quien vivía mi esperanza. Entonces, como una imagen borrosa que aparece en el horizonte de un atardecer, lo vi a él en mis sueños mirándome con aquellos ojos profundos y me esbozó una leve sonrisa, que para mi fue la más hermosa que jamás he visto. Mi corazón volvió a latir con fuerza y el frío del beso de mi frente se diluyó poco a poco, como el azúcar en el café de la mañana, y me sentí vivo otra vez.

Abrí lo ojos y ella ya no estaba y me volví a dormir esperando no volver a encontrármela. Aunque aún ahora, mientras escribo, siento como los restos de su beso me enfrían el alma.

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