sábado, 20 de enero de 2007

Buenas noches from a lonely room

En la soledad de mi cuarto vacío en una atmósfera fría, rodeado de libros y papeles, recostado en la pared acabo de leer la última página de “El arpa de hierba” de Truman Capote y, con un nudo en la garganta, esbozo una sonrisa leve de complicidad que esconde la sombría tristeza de los personajes. Apago la música, me molesta, oigo mi reloj marcar los segundos con pereza y de fondo, como un sonido que se clava, se escucha mi teclear frenético y caótico. Me recuesto sobre la pared y miro los objetos que tengo colgados en la habitación: La foto de mi abuelo, que hace tanto que nos dejó, la postal de la sinagoga de Barcelona, mis impresiones de los salmos y el corcho de mi hermana que tiene los bordes pintados de color verde claro. Me detengo para mirar el corcho y veo las cosas que allí guardo: la postal de la iglesia luterana de Alemania que me mandó un muy querido amigo que pertenece a mi pasado, una postal del Londres, una foto mía descolorida de pequeño y otra postal de Alemania que esconde detrás dos fotos de él. El nudo en la garganta se hace más molesto y una ligera pesadez se adueña de mis pensamientos. Los ojos me escuecen y no se si es del cansancio porque se va haciendo tarde.

Mi habitación parece un gran museo hecho con trocitos de mi vida y sazonado con los libros que me han servido de refugio durante tantos años. El tic tac del reloj se vuelve más y más lento y yo respiro profundamente, como si haciendo eso fuese capaz de expulsar el nudo que me oprime. Son casi las doce y fijo mi mirada en un retrato minúsculo de Bach que pende de una de las paredes y entonces me doy cuenta que no se quien puede leer esto, pero está escrito y debo publicarlo. Siento un ligero escalofrío que recorre mi cuerpo pero que desaparece inmediatamente, mañana es otro día de trabajo – pienso. Aunque desesperado, dejo de plantearme que tenga algún sentido esperar por hoy recostado frente a esta pantalla y decido acostarme, otra cosa será el dormirme, un día más para despertarme a las siete y cuarto de la mañana. El nudo de mi garganta se ensancha y alcanza mi estómago y mis ojos están saturados y se cierran lentamente, como mis esperanzas, para volverse a abrir mañana. Mi mente se traslada a un día atemporal en mi historia cuando, cansado y con algo similar a lo que tengo hoy en la garganta pero hecho de la miel de los sueños, mi corazón y el suyo se abrieron para encontrarse, casi místicamente, a las cuatro de la mañana. Pero aquello está tan lejos que es casi como un sueño que, cuando lo recuerdo, me produce vértigo como si estuviese sentado en un precipicio con las piernas colgando. Ahora es tiempo de acostarse y lo haré recordando que detrás de una postal se esconden todos mis sueños que tejimos un día, él y yo.

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