miércoles, 11 de febrero de 2009

Canción del hombre feliz

Cuando veo la angustia de aquellos que no ven un mañana, que cada día que se levantan su futuro es más incierto; que movidos por el desaliento viven en decrescendo, cuyos días son como sinfonías que perecen, envueltas en el ruido de la desesperación; es entonces que doy gracias a Dios porque te tengo.

Como dos columnas del Templo del Rey Salomón nos erguimos ante la tempestad de este siglo; porque el Señor te dio la prudencia, la mesura y la humildad para aguantar nuestra Casa. Sobre tus hombros descansa mi sustento, mientras mis sueños fluyen tranquilos.

¿Qué he de temer si Dios me rodea con sus manos desde el Cielo y tú sustentas mi mundo entero?
¡Cuán afortunado soy cuando veo la desesperación apoderándose del mundo entero y yo gozo de la tranquilidad y la seguridad que construyes para mí!

Canción del hombre triste

La pobreza te ha atrapado, como un león a una presa.

En tus ojos pude ver el miedo y la súplica. Tus manos me contaron historias de dolor y dureza. En tu voz se escondió el llanto de la amargura y bajo tus melancólicas palabras vivía el recuerdo de los años pasados.

Mi alma se conmovió pero tu no lo notaste; me viste frío, arrogante, distante; créeme que mis ojos notaron el frío del hambre al oír tus palabras.

Te reprendí, os acusé de no pensar en el mañana mientras tú, herido, inclinaste el rostro empujado por la culpa.

Te fuiste y nada se de ti, tan sólo de tu hambre, desesperación, tus miedos. Quizás no exista un mañana, tal vez te engulla el dolor de lo perdido, y nunca más sepa nada de ti; pero tus palabras sonaron tan potentes que se clavaron en mi alma.