Son las diez y media de la mañana y estoy a bordo de un Alvia dirección Barcelona. El hambre aprieta y decido ir a desayunar a la cafetería del tren y entonces descubro que la supuesta cafetería, con su barra a modo del más ordinario bar terrestre, se mueve de un lado para otro, traquetea y se agita como si de la vagoneta de minero se tratase. Me pido un zumo, un te con leche (que por arte de magia el camarero convierte en café con leche) y un croissant. El camarero me sirve el zumo, derrama parte del mismo, y pienso que si este experimentado hombre no es capaz de controlar el pulso bajo este constante movimiento yo acabaré con mi traje lleno de manchas. Me arrimo a la barra y agarro el baso de zumo con la mano izquierda (no, no soy malabarista ni imbécil, soy zurdo) y me dispongo a beber. ¡O milagro! no vierto ni una gota. Vamos a por el café con leche. ¡Maravilloso! Impecablemente limpio. El croissant entonces no deja de ser algo intrascendente y me permito, como suelo hacer siempre, comérmelo con los cubiertos con el que me lo ofrecen. La experiencia de desayunar en un Alvia a 200 kilómetros por hora ha sido exitosa. Igual me animo y luego intento tomar algo para beber, aunque quizás lo mejor sea no tentar a la suerte….
Mi tren circula entre tímidos rayos de sol mientras se esconde bajo un manto de niebla y en mi portátil suena (con auriculares claro. Soy un ser cívico) el Conde de Luxemburgo de Franz Lehar. La vida podría ser mejor pero esto de viajar tiene su encanto (ese toque romántico decimonónico) aunque este no sea el Orient Express, lo más parecido a un muerto sea el hombre que tengo delante dormido con la boca abierta y yo tampoco sea uno de los viajeros de la conocida novela de Agatha Christie.
Agradecimientos por estos días:
Ante toda a esa guapa señora que responde al nombre de mamá por llamar puntualmente a la hora convenida. Al librero de ojos azules por llamar a pesar de que fuese a causa de una torpeza mía. A mi querido General amarillo vidaparalelico que está luchando en el frente de Polonia (moriremos con las botas puestas) por darme el parte de guerra puntualmente y preocuparse por el estado de la Nación. Y finalmente a mi Carlos Sobera particular por haberme permitido verle.
Tirones de orejas:
Al cantante que hace la púa a su guitarra por no hacerme un hueco en su agenda. A mi psicólogo por no existir. A Sol Meliá por cobrar ocho euros diarios para poder conectarse a Internet. Y especialmente a mi mismo por muchas cosas empezando por este post.
martes, 9 de enero de 2007
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1 comentario:
son verdes...
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