Tumbado en mi cama hago balance del día de hoy y me doy cuenta que hay muy poco que merezca la pena. Miro el reloj del ordenador y marca la una y media, es demasiado tarde para que siga despierto pero me vuelve a costar dormirme. En la habitación suenan viejos aires de country que cantan a nuevos amores perdidos. Cierros los ojos, me relajo y cuando quiero darme cuenta otra vez estoy pensando. Cojo mi libro de poemas, lo miro, leo algo que me gusta, vuelvo a cerrar los ojos. Empieza a ser tarde y mañana he de hacer cosas temprano. Sería un buen momento para irse a dormir pero antes un nuevo poema, un nuevo recuerdo y esa sonrisa, esa cara que me mira y esos ojos pequeños y brillantes que escudriñan hasta lo más profundo de mi alma. Casi dormido lo veo en mis sueños y sonrío, en ese momento el sonido del Messenger me despierta de mi breve sueño, es el general amarillo que acaba de repeler un ataque.
Me doy cuenta que es muy tarde, son casi las dos, y el cansancio se apodera de mi. Me despido del General y me marcho a dormir con la esperanza de ver, una vez más, esa sonrisa en mis sueños.
jueves, 11 de enero de 2007
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1 comentario:
La verdad, era bastante desconcertante intentar dormir. Cerré los ojos y me convencí de estar siguiendo el plan que yo mismo había diseñado. Era fácil: primero, adoptaba una posición en la cual los músculos estuvieran relajados (ésta debía repartir a su vez el peso del cuerpo de manera más o menos equitativa). Acto seguido, bajaba la frecuencia cardíaca y el ritmo respiratorio, y lo suspendía en los mínimos necesarios. Procuraba no hacer ningún movimiento que supusiese un desgaste de energía. Y no hice ninguno. Entonces, el último suspiro, ése con el que uno reconoce el cansancio de todo el día. Y después la muerte. Y aquello me devolvió a la vida.
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