Esta semana empezamos la celebración más importante del año: la Pascua. Fecha en la cual recordamos la importancia de la Salvación y la limpieza de nuestras almas de la vieja levadura. A partir de mañana, salvo que se presenten circunstancias extraordinarias, nos centraremos en esta importante celebración, en al menos dos artículos, y dejaremos el resto de las preocupaciones de la vida de lado. Recordemos por tanto que nuestra vida depende de alguien que dio su Vida para salvarnos de la esclavitud.
Los israelitas partieron de Ramsés, en dirección a Sucot. Sin contar a las mujeres y a los niños, eran unos seiscientos mil hombres de a pie. Con ellos salió también gente de toda laya, y grandes manadas de ganado, tanto de ovejas como de vacas. Con la masa que sacaron de Egipto cocieron panes sin levadura, pues la masa aún no había fermentado. Como los echaron de Egipto, no tuvieron tiempo de preparar comida. Los israelitas habían vivido en Egipto cuatrocientos treinta años. Precisamente el día en que se cumplían los cuatrocientos treinta años, todos los escuadrones del Señor salieron de Egipto. Aquella noche el Señor la pasó en vela para sacar de Egipto a los israelitas. Por eso también las generaciones futuras de israelitas deben pasar esa noche en vela, en honor del Señor. (Éxodo 12:37-42)
¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva, panes sin levadura, como lo son en realidad. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado. Así que celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura, que es la malicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad. (1ª Corintios 5: 6-8)
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