El miedo se comió las palabras con tal voracidad que casi no me quedaron sílabas para formar cuatro frases. Me llené de confusión mientras la ansiedad jugaba a columpiarse en los minutos del reloj. Cuando me quise dar cuenta era tiempo de marcharme, con más desconcierto y desasosiego que con el que empecé.
Pero, qué decir, qué hacer, qué pensar, cuando eres incapaz de coordinar dos frases juntas, cuando hasta los niños pequeños se sienten más seguros que uno mismo. No puedo controlarme, me es imposible pensar con claridad porque sigo preso, inconsciente y dulcemente atado por cuerdas invisibles. He perdido la noción de la realidad, no recuerdo si fui atado o yo mismo me até autoengañándome, pero la cuestión es que se a que estoy atado fuerte.
Las luces se apagaron pero yo seguí despierto, soñando, a caballo de un área de ópera de Verdi. Incapaz de pensar con claridad me sentí muy extraño y no recuerdo cuando me dormí pero si lo que soñé. Y ha sido precisamente eso lo que esta mañana ha hecho que me despierte pensando que pese a todo, mi carga es dulce y aunque jamás obtenga recompensa merece la pena llevarla. Porque no es una carga, es un dulce sueño, una cuerda floja a la que estoy atado y sobre la que hago equilibrios para no caer al abismo pero que, sea verdad o producto de mis sueños, se a que está sujeta.
Recuerdo las pocas palabras que se dijeron pero que me arrancaron una débil confesión y de nuevo me siento confuso. No sigamos más y que impere el silencio mientras que yo me deslizo por mi cuerda floja imaginaria que tu sostienes.
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