Caminando solo bajo una primavera que renace mientras veo sangrar mis heridas. Al final del camino no hay nadie que espere, ninguna sonrisa amable, ni una palabra de complicidad.
Una señora descalza sobre un banco se deja abrazar por unos amables rayos de sol; mientras mis pasos son rápidos porque deseo llegar pronto a ninguna parte.
Lo había hipotecado todo a un sueño, a un motivo, pero el motivo aquí era menos que un hecho: una idea; menos que una idea: una mera intuición. Y como hiciere el caballero de Nueva Inglaterra que primero pensó esas palabras, no tuve más remedio que dejar aquel lugar bajo la dorada sombra protectora del sol de primavera.
Cuando doblé la esquina pude bajar mi cabeza y mi semblante se volvió sombrío, ya no había que fingir alegría para no romper aquella bucólica tarde de paseo. Allí me detuve y vi aquel solar escavado, como una gran herida en la ciudad, y sentí compasión cuando me recordó a mí mismo.
Faltaba muy poco para llegar. Subí las escaleras y abrí la puerta y entonces fue cuando, de nuevo, el silencio se apoderó de mi espíritu y la imagen del solar cercano se hizo más presente. No sabía qué hacer, qué pensar, así que me puse a escribir estas líneas. Pensé en mi destierro y todo empezó a resquebrajarse y hacerse pedazos sobre mi cabeza.
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