domingo, 18 de febrero de 2007

La tarde

Dos generales se reúnen en una apartada colina lejos del campo de batalla para rendir homenaje a los caídos en una distante guerra. Bajo un cielo plomizo de invierno y con la luz grisácea de la tarde como fondo estos dos hombres se recrean en un ritual místico, un homenaje debido en el cual cada uno representa un papel diferente. En el ambiente se huele la noche que pronto se abalanzará sobre la colina y los viejos soldados se apuran para cumplir con la ceremonia acordada.
Uno se preguntaba muchas cosas y el otro también. A pesar del cielo gris y de la noche temprana aún se adivinaba vida en la lejanía de aquel verde mortecino y de aquella tierra mojada. Hacía dos meses que se sentaron en un ocasional cuartel entre bastidores y ráfagas de derrota. La cuestión principal era: ¿por qué, cómo hemos llegado hasta aquí? Había un sendero en los rincones de la colina cuyo recodo de matas y espinas recordaba un tanto a la dificultad del recuerdo. Hubiera sido mucho más fácil retirarse y firmar los acuerdos necesarios. Nunca hubieran peleado y nunca perdido a tantos valientes, algunos de ellos aventureros, otros bandidos, probablemente en su mayoría eran gentes de las capas más míseras de nuestra sociedad que habían sido empujadas a una partida de ajedrez en la que poco tenían que ganar y mucho que perder.
Cada hombre de nuestra historia tiene un sueño. Uno quiere lograr aquello que hace tanto que busca, ganar la vieja guerra que lleva librando con denuedo desde no se sabe cuándo. Cansado y dolorido resiste en una batalla que se eterniza, que se vuelve desgarradora a cada día que pasa y cada vez que las murallas de la ciudad que asedia se resisten. Quizás, si su regimiento aguanta, ganará esta guerra eterna, esta lucha infernal, que desgasta a su ejército menguado. El enemigo es fuerte, se resiste y presenta batalla feroz. El otro sueña con lograr poder ir a países lejanos y librar batallas nuevas. No sabe cómo será recibido en aquellos lugares que desconoce, en tierras hostiles, pero su anhelo es tan fuerte que está dispuesto a ir allí donde su corazón ha puesto sus ojos. Quizás una vez allí la batalla no sea tan dura como otras que libró y logre las victorias que perdió antaño.
En cualquier caso, cuando se reunieron hacía ya dos meses ya conocían el final. “Todo termina mientras nada empieza” dijo un jubiladísimo sargento, así como terminó su brillante carrera en una mala noche de póquer. Tenían los generales la mala costumbre de encarar las situaciones a caballo entre un estoicismo fingido y un narcisismo exagerado, que les hacía difíciles de comprender para los ojos menos acostumbrados. Se creían capaces de lo mejor y de lo peor y aquella tarde de náusea y nostalgia restaban inmóviles preguntándose en qué lado de la balanza estaban sus acciones. Habían atormentado a sus enemigos y desvirtuado el ius ad bellum hasta límites humillantes. Quid pro quo, de la gloria al deshonor hay una línea ficticia que las olas desdibujan de la arena.

Este texto es obra de 2 personas, una de ellas es el autor de este blog, y el otro es un General anónimo que sólo ha querido dejar como testimonio esta frase:

...Mais plus fort chaque jour je serrerai ta main

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