martes, 13 de febrero de 2007

Cuento de San Valentín en el tren

Respetuosamente dedicado a las viajeras y viajeros del tren Alvia Madrid-Barcelona

Contaban de un viajero del que nadie sabía nada y que, sin acompañante alguno, se dirigía hacia una ciudad de la que nadie recuerda el nombre. Solitario y meditabundo sostenía un libro entre las manos del que extraía pequeños momentos de diversión. Sus labios estaban sellados, no hablaba con nadie y ningún pasajero osaba dirigirle la palabra. Todos sabían que detrás de aquella apariencia superficialmente fría se escondía un hombre de profundos sentimientos. También sabían que aunque sus labios retuviesen el secreto en sus ojos se podía ver brillar con la intensidad del fuego el nombre de la persona a quien amaba. Ese era el motivo de su silencio, ese era el gran secreto que escondía el anónimo pasajero. Nunca había hablado con nadie al respecto, todos desconocían el nombre de la persona de la que se había enamorado de forma imposible, todos menos yo porque, aquel mismo día cuando nuestras miradas se cruzaron furtivamente le pregunté por la tristeza de su semblante. Me contó que no estaba triste pero que guardaba en su memoria los recuerdos de aquella persona a la que amaba pero que nunca se había atrevido a decírselo. Le miré a los ojos y le arranque sin dificultad la historia y su nombre y me juró prometerle que nunca revelaría el nombre. Cuando llegó a su estación el viajero desconocido desapareció y con él se llevó su pequeña historia pero me dejó un legado, un nombre, que no puedo escribir, y nunca podré revelar, pero que en estos momentos mis labios pronuncian suavemente.

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