martes, 15 de septiembre de 2009

Leyenda del hombre y el puente

Hace muchos años vivió un joven en una ciudad de la que no me dijeron el nombre. Aquel muchacho, el nombre lo sabía pero no logro recordarlo, se lanzó a vivir con grandes esperanzas, con energías y resuelto a logar todo lo que se proponía. Durante muchos años sintió el éxito en sus labios, alcanzó respetabilidad, amistad y fama; hasta que un día oscuro la desgracia anidó sobre sus sueños.

Entonces despertó de la pesadilla, su mundo se destruyó y fue barrido del mapa, como el barro desaparece arrastrado por la fuerza del agua. Nadie lloró su desgracia, todos se apartaron de él y como un moderno Job no supo descubrir el motivo de su duelo. Se vio morir a sí mismo y también vio como lo mataban. Todo acabó un día en el que sólo y moribundo, abandonado por los suyos, falleció engullido por el dolor y la soledad que le esperaba. Hasta sus más íntimas esperanzas murieron aquel día cuando las aguas bravas, de un río muy conocido, se llevaron su cuerpo inerte hasta la orilla de una isla ignota.

Me dijeron también que no había muerto en realidad, que aún seguía vivo allí donde su cuerpo fue arrastrado. No creí que pudiese sobrevivir, pensé que la muerte se lo había llevado en su regazo pero un día, en una de mis viajes, lo vi, aunque ya no se parecía a aquel muchacho del relato. Ahora era un hombre serio, ocupado, con aire melancólico y esperanzas acalladas. Vivía feliz en tierras lejanas, en un país de gente gris y vidas anodinas pero que para él, peregrino de este mundo, eran sencillas. De su antiguo hombre poco quedaba, tan sólo brillos sombríos de vidas truncadas, y en el futuro se dibujaba la paz y el amor de un hogar hecho con trabajo y sacrificio. Creí que al verlo me reconocería pero no lo hizo. Vi el miedo en sus ojos al verme, sentí que no quería mirarme por todo lo que yo le recordaba.

Aún recuerdo aquel anochecer, nublado y triste, cuando después de verlo abandonado por todos, sin esperanzas, yo le tomé la mano y le ayudé a caminar hacia el puente del río mientras le decía, susurrandole al oído, que se lanzara.

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