lunes, 26 de marzo de 2007

No despiertes al viejo poeta

(Y el poeta buscó y buscó y su semblante se fue desdibujando en los suspiros de las musas)


Tenía las manos frías y sus ojos brillaban como dos lucecitas al anochecer. Su mente le transportó a caballo de la nostalgia a un ritual extraño que una gris tarde de invierno tuvo lugar. Una flor que jamás llegaría a inflamar un sentimiento incipiente había sido abandonada en el recoveco del alma colectiva. No eran para sus sueños aquellos deseos moribundos, simbolizaban la pérdida de otras guerras en las que él no había tenido un papel, simplemente acompañaba a un ejército amigo, a otra vida que caminaba junto a la suya pero en otro universo, en aquellas horas tristes. Pero hoy, en la atmósfera con olor a primavera oculta, parecía que aquella flor mortecina estaba dispuesta, de nuevo, para que él realizase su propio ritual privado. Se resistía a abandonar aquel tesoro en las profundidades del olvido pero no encontraba donde enraizarlo. Creyó vivir el final de un sueño que había comenzado cuando bajo una inusual noche de brisa cálida vio brillar dos lucecitas y descubrió que deseaba envolverse en ellas, zambullirse en aquel océano desconocido que tantas veces había contemplado desde la orilla con temor sagrado. Desde aquel día pensó que aquel mar estaba reservado para él, para navegar por sus dulces y extrañas aguas y descubrir poco a poco los suaves misterios que encerraba.

Notó un mordisco en la nuca, un mordisco penetrante y amargo y lo llamó despertar. No pudo hacer otra cosa que cerrar sus ojos y pedir, mientras apretaba fuertemente los dientes, que algo, lo que fuese, le permitiese volver a su sueño dorado. Quizás un susurro en el viento….

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