Hoy vi a tu alma, sola y temblorosa, perdida entre lo inmenso, tiritando, azul y apagada. También vi la mía, roja, ardiente y desbordada, llevando a viva voz el temor enganchado en los labios. Fue entonces cuando rompió la Palabra el vacío, atravesó la habitación como un rallo de esperanza. Rompió la cárcel de barro donde se guardan las almas hasta desbordarlas. En aquel caos, sobre las ruinas del miedo y la impotencia, emergió la dulce luz anaranjada y cálida que abrigó nuestras almas. Aquella luz me enseñó tu alma, y pude casi tocarla, a lo lejos, mientras perdía el miedo y me hacía más fuerte alimentándome de esperanza. Pude oír una voz de paz y confianza, un sonido dulce y potente que arrojó claridad en el silencio mortecino de la nada. Después sonreí, saboreé el gusto de la fe que mi razón me negaba y llegué a sentir el cálido abrazo de Quien nunca nos falla.
martes, 24 de junio de 2008
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